El dolor de ser coherente: por qué vivir lo que predicas es más difícil de lo que parece
¿De verdad vivimos lo que predicamos? En este artículo exploramos por qué nos cuesta tanto alinear lo que pensamos, sentimos y hacemos, y cómo nuestras decisiones éticas dependen más del contexto que de la intención.


Tener valores claros no garantiza vivir alineado con ellos. Puedes haber leído los mejores libros, dominar teorías de ética, psicología o liderazgo, y aun así... sentir que hay una brecha entre lo que piensas y lo que haces.
La coherencia personal es un ideal noble, pero también una de las prácticas más difíciles que existen. No porque no sepamos cómo ser coherentes, sino porque somos humanos, y ser humano es ser complejo.
1. Nuestra mente no es coherente, es contradictoria
La psicología lo confirma: no somos lógicos, somos emocionales. Pensamos una cosa, sentimos otra y actuamos desde una tercera.
Decir "quiero ser honesto" y luego exagerar en una campaña no es maldad: es la tensión natural entre nuestros ideales y nuestras inseguridades.
2. Las presiones externas empujan hacia la incoherencia
El mercado no siempre premia la verdad. A veces premia la velocidad, la presión, el ruido.
Ser coherente es ir más lento. Elegir con más cuidado. Cuestionar lo que "todos hacen". Y eso incomoda.
3. Vivimos fragmentados entre roles
Tú puedes ser una persona ética, pero también ser marketer, jefe de ventas, proveedor, emprendedor. Y cada rol trae expectativas diferentes.
La coherencia personal exige integrar todos esos yoes en una sola dirección. Y eso no se logra sin consciencia.
4. La coherencia exige verdad. Y la verdad duele
Ser coherente implica mirar donde duele. Reconocer contradicciones. Admitir que a veces uno mismo es parte del problema. Esa valentía emocional no está de moda. Pero es necesaria.
5. La coherencia no es un estado. Es una práctica
No es un lugar al que se llega, sino una forma de caminar. Se entrena. Se refuerza. Se elige cada día.
Y sobre todo, se perdona cuando se pierde.
La incoherencia no es maldad. Es naturaleza humana.
Dan Ariely, experto en comportamiento humano, lo explica con claridad:
la mayoría de las personas cree que es honesta, pero actúa de forma deshonesta en pequeñas dosis, siempre que eso no dañe su autoimagen moral.
Lo llama el "fudge factor": ese espacio de autoengaño donde podemos mentirnos un poco… y seguir sintiéndonos buenas personas.
En marketing pasa todo el tiempo:
"No estoy manipulando… solo aplicando urgencia."
"No miento… solo edito un poco el testimonio."
"No fuerzo… solo acompaño al usuario hasta que compra."
No lo hacemos por maldad. Lo hacemos porque somos humanos. Porque tenemos miedo. Porque vivimos presionados.
Porque la coherencia personal no es natural: es un trabajo. Un desafío. Un acto de entereza.
Por eso, en The Ethical Method no buscamos perfección.
Buscamos integridad viva: una forma de construir contexto, consciencia y práctica para recordar quién eres cuando comunicas.
Porque como también demostró Ariely: la ética florece cuando el entorno la sostiene.
El marketing más poderoso es el que nace de la verdad.
No la verdad que se grita, sino la que se vive.